pedro martínez de quesada

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Esencia de la pintura

Estamos, pues, ante una pintura que en esencia se plantea y desarrolla desde complejidades crecientes. Martínez de Quesada profundiza en la realidad y se profundiza a sí mismo a través del lirismo y la poetización del tema. El color propio es una transfiguración de los elementos poéticos que quiere comunicar. Y lo hace con una técnica fundamentalmente plástica, manejando el cromatismo, la composición, la luz tan decisiva, el contorno. Sus planos parecen detenidos en el tiempo, en un instante único e irrepetible.

Estoy destacando el sentido estético y el ordenamiento inteligente que impregnan los cuadros de Martínez de Quesada. En ellos se capta la belleza del espacio, las composiciones equilibradas, un esquematismo que no impide la riqueza matérica sostenida por el dibujo y los bocetos iniciales. Hay que señalar también su capacidad para transformar la materia en contrastes. Son muchas las reflexiones que pueden hacerse sobre la obra de este pintor, como son muy ricos los mensajes que nos transmite desde sus amplias perspectivas del paisaje exterior y del paisaje interior. En ambos, que son una y la misma cosa, es típica la limpieza de color, la luminosidad desparramada, pero, a la vez, concentrada y contenida. Su imaginación transfiguradora está circunscrita e integrada en la estructura de los distintos planos que armonizan la composición.

El lirismo es intrínseco, casi palpamos su latido. La realidad está henchida de su propia atmósfera, con lo que la sensación de monotonía desaparece inmediatamente.

Proceso abierto

Vista en su conjunto, esta serie de cuadros que nos ofrece Martínez de Quesada, constituye la primera culminación de proceso en marcha que va acumulando mejor integrando las vivencias sentidas, adquiridas o intuidas por su creador, a lo largo de los últimos años. Pero lo interesante es que nos encontramos ante un proceso que sigue abierto, inmensamente abierto, para seguir investigando lo que hay en la superficie de la realidad, debajo de los pliegues más oscuros que la sustentan, para determinar sus rasgos definitorios. La naturaleza siempre es huidiza, se oculta y esconde para manifestarse en la obra de los auténticos artistas. Ellos, como en Martínez de Quesada, la vuelven a poner ante nosotros enriquecida y esencializada, trayectoria que se encuentra dentro de las tendencias renovadoras de ese ‘realismo’ que con tanta fuerza está impulsando el arte de nuestros días.

Se trata de una pintura ajena a modos y modas, sin falsas apariencias de realidad, ni facilidad engañosa en la ejecución. Lo que se está recuperando es la pasión por la buena pintura. Esta es una de las grandes encrucijadas que definen el arte actual. En ella nos encontramos todos y, especialmente, pintores como Martínez de Quesada. En su obra vuelca un modo de ser y de sentir la vida, un horizonte que abre caminos nuevos para que podamos entender desde la sensibilidad estremecimientos que estaban hundidos en el misterio.

Con la perspectiva que nos da el tiempo y las mutaciones que inevitablemente arrastra, este pintor, situado en los territorios de la fantasía, quizá del sueño o más bien de un ideal alcanzable, entre tensiones de abstracción y figuración, sabe jugar y asumir las estructuras secretas de la realidad. En sus cuadros, casi todos de gran formato, hay alientos metafísicos, búsqueda de misterios formales, la esencia de lo plástico. El resultado final concreta una obra en evolución que avanza marcada por características muy personales e identificables.

Prof. Fernando Ponce

Profesor de Teoría e Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid

Consejo Superior de Investigaciones Cientificas

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